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Nick Drake, un buen regalo de cumpleaños.

Para Martín, amigo.

Me gusta escuchar radio. Sea de AM o FM, lo mismo da. Música, Política, Deportes, Magazine, Entretenimiento… He escuchado de todo. Primero fueron los tangos, de chico, con mi abuela. Todos los días, bien temprano por la mañana. Con sol o lloviendo, la abuela escuchaba tango (creo que en Radio Colonia). Después, con mis viejos. Se despertaban antes de ir a trabajar y encendían la radio. Me levantaba para ir a la escuela y la radio como sonido ambiente todo el tiempo. En esa época eran, sobre todo, programas de Política y Deportes en Radio Continental. Tenía muy poco interés por lo que escuchaba pero, en fin, me gustaban Víctor Hugo y Dolina por las noches. Experimentaba un profundo desagrado por Jorge Jacobson – un petardista sin cultura – y por el cual solía discutir con un pibe que estudió y se recibió de periodista deportivo viviendo en mi casa  y al que, dicho sea de paso, nunca vi que leyese un libro en años. Tampoco me gustaba el Hipie Viejo que hablaba de amor pero no quisiera ensañarme porque recuerdo que a mis viejos les gustaba la sección «El gato y el zorro» – con Mario Macdas – y, nobleza obliga, también a mí me hicieron reír alguna vez. Ojo: tampoco me gustaban Barone y su teatralidad – de ayer y de hoy – ni en radio, ni en sus columnas en el diario La Nación. En fin, que Continental en esos años olía muy feo, a menemismo vacío y new age; pero uno era pibe y en un pueblo como el mío no llegaba mucho más.

De la FM tengo mis recuerdos de estudiante y, en general, ligado a la Rock & Pop con Lalo Mir, Mario Pergolini y, sobre todo,  Boby Flores… Hoy día y desde hace años, salvo por la Negra Vernaci, Tortonese, Barragán, Galende y Rolón esta frecuencia se torna inescuchable (y no necesariamente por inaudible). Hoy me gustan Wainrach, en la Metro, y algunos programas escuchados de FM La tribu o, en Mar del Plata, FM De La Azotea y FM Concierto.

Pero volviendo a la AM, pasados los años, la estantería se movió bien poco.  Me conformé con lo que había. Aunque ya era grande y, cuando volvía al pueblo, no podía con la mala onda de Magdalena y sus aleccionadoras intervenciones. Ya sobre el 2000 hubo un programa que me gustó en Radio Splendid – o El Mundo, no recuerdo bien – que se llamaba «Mate Cocido». Cayó De la Rúa y fue como si hubiera terminado su función. Recuerdo que su desaparicion hizo que pensara en Duhalde. Es decir, en cómo el poder instrumentaba, a través de los ausipiciantes, el silenciamiento de ciertas voces. Meses atrás, durante el final del patético delarruismo, levantavas una baloza y había un tipo pegándole al gobierno. Motivos, digamos, no faltaban. Pero De la Rúa cayó, los otros presidentes desfilaron, y enseguidita llegó Eduardo Luis. Fue verdaderamente notable cómo las voces disidentes empezaron a desaparecer. A levantar el nivel de crítica. Una noche, no podía creerlo, Crónica TV trasmitió en vivo a tres curas, en el patio de lo que parecía un convento, aconsejando a la sociedad sobre las ventajas del amor y la esperanza.  No, muchachos. ¿Y los miedos de guerra civil? ¿Y los secuestros? ¿Y las movilizaciones callejeras? ¿¡Y la irrupción de huestes duhaldistas en el Congreso de la Nación para que se fuera Rodríguez Saá!? Ahora había que «pacificar» el país. Y la cuestión fue que Mate Cocido desapareció. El programa, creo, anduvo dando vueltas por otras emisoras hasta desaparecer. Como si se los hubiera tragado el dial, nunca más volví a saber de ellos.

Recién con Aunque parezca mentira,  en Radio Mitre, encontré un programa de AM que valiera la pena escuchar. Todos los días. Adolfo Castelo, por supuesto. Pero fuera de lo canónico, también me gustaba Halperin, Barragán, Gillespie y hasta Osvaldo Principi. A Barragán lo conocía por Animal de Radio el programa de Lalo Mir. Había ojeado, incluso, el libro que reune la selección de guiones para el programa. ‘Las’ siestas me parecían maravillosas. Principi entró cuando todo estaba hecho. Tuve que desandar su pasado con Tineli pero la verdad es que aprendí a quererlo, a reírme con él y a entender que el tono y la personalidad no eran una impostación sino que el tipo realmente era así. Por otra parte, sabía mimetizarse; no copaba. En ese sentido, la valla insalvable en el programa era Lorena Maciel. En pocas palabras, mi rechazo partía de una cuestión básica, que se da o no, entre emisor y receptor. Si no soy lo suficientemente ilustrativo puedo hablar de su yoísmo idiotizante, su ausencia total de carisma, su ignorancia desvergonzada, su falta de tempo y sus interrupciones sin sentido, la constante apelación a sí misma como autoridad… Qué sé yo… Recuerdos que guardo de ella. Siempre supuse que su incontinencia verbal respondía a la excitación de encontrarse rodeada de tales monstruos sin tener el menor atisbo de talento.

Aunque parezca mentira era un programa exitoso – medido en audiencia y auspiciantes – y tenía de todo un poco: humor, opinión, contenido…y una mujer por la que te preguntabas ¿qué carajo hace ahí? Y es que, ¡un programa así no se logra todos los días! ¿Por qué alguien iba a querer arruinarlo? ¿Por qué el dueño de la gallina de los huevos de oro dejaría el programa en manos de una carnicera? En fin, con la enfermedad de Castelo, la preeminencia de LM fue creciendo. Las ausencias del conductor, en principio esporádicas,  se hicieron frecuentes. Y LM lo suplantaba. Es probable que no se haya tratado de una decisión personal. La producción decidió que así fuera,  o – me resulta difícil pensarlo – el propio grupo la convirtió en «la» voz conductora. Más allá de quién haya decidido, el problema era que, a medida que transcurrían los programas, Lorena Maciel ganaba confianza. ¡Y por Dios! ¡Cómo hablaba esa mujer! (Tanto pero tanto hablaba que, cada vez que alguien dice crispación, me acuerdo de Lorena Maciel). Además, a la cuestión cuantitativa sumaba la cualitativa: LM poseía el toque necesario para banalizarlo todo,  desde las reconcentradas reflexiones de Halperin hasta los chistes más absurdos de Gillespie. ¿Es que sus compañeros no le decían nada? En la apertura del programa, por ejemplo, cuando planteaban al aire la consigna y a cada uno le tocaban unos minutos para contar una anécdota nunca la escuché un párrafo que no incluyera ‘Yo’ al menos doscientas veces. En ocasiones no podía evitarlo: tenía que correr hasta el artefacto y acallarlo para silenciarla. Recuerdo incluso cierta ausencia suya durante unos meses y el disfrute y la paz que reinó en el programa y en mí.

En fin, obviamente, todo este rodeo tenía que ver con algo que quería decir acerca de la radio y los medios en general y no acerca de LM en particular. A la luz de los hechos que hoy día son cotidianos no es una locura pensar que el fin de Aunque parezca mentira  no haya tenido relación con la ruptura de la buena sintonía que el multimedios mantenía con el gobierno. Porque era evidente que la línea editorial del programa tenía una afinidad discursiva con el gobierno de Néstor Kirchner. Si el multimedios no pretendía afrontar una acusación de limitar la libertad de expresión, Aunque parezca mentira debía terminar. De hecho, Barragán y Halperin se alejaron y Lorena Maciel pasó de la radio a la televisión, logrando su protagónico en Todo Noticias. Poco después, el gobierno y el multimedios romperían definitivamente.

Así como la desaparición de Mate Cocido me había hecho pensar en la Cosa Nostra, el ascenso de LM despertó mi veta reflexiva-conspirativa. Pensé  en algo que voy a tratar de bajar con un ejemplo: Hola, soy un periodista que sale a la cancha porque necesita sobrevivir. Necesito un trabajo y voy a presentar mi currículum al multimedios Clarín. Me las rebusco, señor jefe de personal, no soy Rodolfo Walsh pero tampoco un idiota rematado. Pues bien, señor que necesita un trabajo, ¿usted sabe que no busco necesariamente a Rodolfo Walsh? Todo lo contrario, lo que necesito es a alguien como usted o como LM. Vea, yo soy el dueño del discurso único y necesito periodistas que hablen mi lengua. Aparte de buena presencia, que no se coma las eses, tal vez una recomendación y experiencia como notero, un cursito en una escuela de periodismo o una universidad en la que haya pagado por el título… etc., etc.; pero sobre todo, lo que más me importa de usted, mi estimado señor que necesita un trabajo, es que usted y yo compartamos una comunidad de ideas, que el diagnóstico de los males que nos aquejan sea el mismo. Es decir, ¿por qué yo, jefe de personal, a no ser que usted sea García Márquez y no un perfecto desconocido, lo contrataría si no coincide con los lineamientos básicos de mí pensamiento? En tiempos de pacificación, vaya y pase. Hay que darle a la gente buenas noticias, tranquilizarla, desmovilizarla. Logrado eso, necesito de usted y de las Lorenas Macieles.  Su perfil, señor, debe cubrir ciertos requisitos. Y a usted, Lorena Maciel, se le nota bien de lejos qué perfil de periodista es y a qué comunidad de ideas pertenece. Es decir, que no estamos precisamente ante Rosa Luxemburgo. Aún más: como jefe de personal podré jactarme de respetar a rajatabla la libertad de expresión puesto que dirá usted siempre algo similar a lo que yo diría. Porque hablamos el mismo discurso. Y solo en caso excepcional deberé recurrir a la fuerza para amonestar a Nelson Castro. Y esto va siempre más allá de la valoración que el señor que busca trabajo o Nelson o Lorena tengan de sí mismos. Entre tipos habituados a la tarea, no debe ser muy difícil leer a una persona. Vamos, que el señor jefe de personal – o el mismísimo Magnetto – no deben ser ningunos improvisados a la hora de evaluar a las Lorenas, Silvestres y Bonelis. ¡Nada menos que las caras visibles de su empresa! ¿Se la van a dar a un contreras porque sí? ¿Se van a equivocar? No me hagan reír.

Claro que este argumento puede usarse tanto para un lado como para el otro. Es decir, que en la TV Pública, por caso, pasa otro tanto.  Sin embargo, la diferencia radica en que los Bonelis lo hacen por dinero y – asumiendo que no saben lo que hacen, que son tiernas caperucitas y no los lobos de la ideología del libre mercado – porque esa es su manera de ver el mundo y el discurso único los atraviesa y conforma. O, al menos, no he escuchado a ninguno de estos comunicadores asumiéndose como adalides de ninguna causa. Lo hacen todo objetivamente. «Para informarnos…» Mientras tanto, en el caso de quienes hoy trabajan en función del discurso gubernamental – desde la esfera pública y privada – también hay que tener en cuenta la cuestión dinero. Es decir, no lo niego. Al menos en el caso de aquellos que son rentados. (Cosa que, aclaro, no es mi caso). Pero la diferencia fundamental entre estos comunicadores y los otros, a mí entender, es el hecho de que la mayoría de ellos se asumen como militantes. ¿La militancia paga los desmerece? Para mí no. ¿Por qué? Porque esta militancia supone pan para hoy y hambre para mañana. Es decir, tiene un altísimo costo en personas con ese grado de exposición. Que es la amenaza a futuro que se esgrime del otro lado, desde la oposición mediática-corporativa. Es decir, ¿qué vas a hacer Florencia Peña, el día de mañana? ¿Vas a trabajar de taxista? Porque de la tele olvidate… Para estos referentes, su militancia es,  en muchos sentidos, una apuesta a todo o nada.

Desde que me cansé de la mala onda reinante en las radios argentinas  escucho Rebeldes, Soñadores y Fugitivos. El programa -conducido por Eduardo Fabregat y Marisú Papaleo-, sale al aire por AM 750. Antes de escucharlos no tenía referencias de ésta emisora. La conocí a través de un afiche, en una estación de subte. Me llamó la atención porque había muchos grossos juntos. Pedro Brieger, por ejemplo, con Juguemos en el mundo; Martín Granovsky, con Días como Flechas; Miguel Rep en El Holograma y la Anchoa. Y también Eduardo Aliverti, José Pablo Feinman y muchos otros periodistas y artistas que sigo de la TV Pública, Radio Nacional o Página 12.

Por si nadie tiene a Eduardo Fabregat, le puede poner cara mirando por Youtube el programa de 678  el día que fue Calle13.  Además de Rebeldes… escribe en Página y tiene su propio blog. La cuestión es que en Rebeldes, soñadores y fugitivos ocurren unas cuántas cosas raras: 1) Pasan mucha música. 2) Música de la buena. 3) Fabregat sabe de bandas. 4) ¿Una AM que pasa música? 5) ¿En el horario de la tarde?  6) ¿Y escuchas y no querés irte del país?

El otro día hizo un programa especial que enganché un poco tarde. Enumeraba una serie de bandas que uno puede escuchar y pegarse un tiro. Y, por supuesto, paré la oreja. Porque así como crispación me recuerda a Lorena Maciel, suicidio y Lorena Maciel me recuerdan a cierto amigo y su manual de la derrota, su corrosión ácida, su deseos de renuncia, su Cioran, su Onetti querido, su Wernicke olvidado… Escuchaba los nombres que Fabregat tiraba mientras pensaba «Una perla negra, un regalo para el amigo». Entre las bandas que mencionó y todavía recuerdo estaban Morphine, Nick Cave & Bad Seeds, Pink Floyd, Joe Division, Lou Reed… Es decir, grupos que me encantan y escucho y que al amigo también le gustan. Y entonces Fabregat habló de Nick Drake.  Un músico que,  como buen ignorante, no conocía y que espero, amigo, reciba usted como una ofrenda.

Por lo que escuché y pude leer por ahí es un lindo muchacho este Nick. Inglés y de apellido pirata, pero no importa. Mucha tristeza, tímido incurable, compuso tres discos en vida: Five Leaves Left (1969), Bryter Layter (1970) y Pink Moon (1972), nunca vendió nada y tuvo muy mala suerte, conoció psiquiátricos, tomaba drogas ‘como castigo’, intentó con todo tipo de trabajos pero en ninguno funcionó, volvió a la casa de sus viejos, depresión durante diez años… Sobre todo, se acostó una noche y, como suele ocurrir con los mortales, no despertó. Tenía 28 años (1948-1974). ¡Tristeza nao tem fim, amigo! ¡Hace unos años tuvo un regreso conmovedor cuando Wolkswagen usó una de sus canciones para promocionar un cochecito! ¡Regresó de la muerte! ¡Qué hermoso! Qué sé yo, seguro que, para variar, Nick no le gusta en lo más mínimo. De cualquier forma, hice lo mío. Escuche su música, amigo, no se olvide de su música. ¡Ah! ¡Y perdón por el olvido! ¡Feliz cumpleaños!

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